No quiero olvidar que hubo un tiempo, unos días, unas semanas y unos meses en los que no tuve hambre. En las mañanas al desayuno no podía siquiera comer la mitad de un pan la leche me parecía demasiada comida y mi propia hija me instaba a comer. Come mamá no has comido nada
hubo meses en los que hubiera preferido no levantarme y solo llorar, en vez de pararme, hacerme las ganas para bañarme y llevar a Alicia al jardín. Sentía un dolor inmenso y terrible, pensaba un montón de cosas, buscaba pruebas del abandono, lloraba recordando el pasado y el tiempo que fue mejor. Miraba a la gente caminar, andar en micro, sonreír... y yo me sentía tan podrida, tan vacía, tan puesta en este mundo... iba a trabajar pero ya nada era transparente, todo lo que transcurría se sentía como visto desde fuera, como si yo fuese otra persona.
hubo semanas en las que tomé medicamentos para manejar mi angustia, para callar mis pensamientos destructivos. Fui al psiquiatra, me acompañó mi amiga Fran, hablé con mi psicóloga de siempre y comencé una terapia de pareja. Fui amada por otras personas, contenida, abrazada, querida. Sentí amor mientras me sentía vacía, dañada, poca cosa.
hubo días en que lloré tirada en el suelo, en los que le grité cosas horribles a la persona que más he amado en este mundo, en los que pensé lo peor de la persona que más he amado en este mundo. En los que esa misma persona me vio caer, me vio abajo, me vio abatida, vulnerable, rota... pero no pudo, no quiso, no supo hacer nada.